"¡Fuera todos" - Crónica del sismo de 1985

Por E. Andrea Villela y Bob Schalkwijk

Publicado en la revista La Capital, Sept. 2015. CDMX. 

 

Así gritó Bob Schalkwijk a sus hijos para que salieran a prisa de casa, en Coyoacán. El Holandés, con más de 60 años de experiencia en fotografía- 50 viviendo en México-, comenzaba así su encuentro con la catástrofe. El 19 de septiembre de 1985, tomó fotos todo el día. Esta memoria gráfica busca recordar que debemos olvidarlo, afirma. Honrarlo es diferente a mantenerlo vivo. ‘ Si no se olvidan estas cosas, no se puede continuar.’
Monumento a la Revolución. CDMX. 19 de septiembre de 1985.

Monumento a la Revolución. CDMX. 19 de septiembre de 1985.

"¡Fuera todos!"

“Fue lo primero que grité para hacer que mis hijos salieran de la casa, y al salir, vi el muro de mi jardín moviéndose como una serpiente de piedra. Eran las 7:30 de la mañana.

Se fue la electricidad y tardamos en encontrar un radio de pilas con el cuál informarnos de la situación. Mis hijos y mi esposa salieron de casa para ir a la escuela, luego, mi asistente Javier Tinoco y yo escuchamos la radio para enterarnos sobre lo que había sucedido. Aún no percibíamos la magnitud de la catástrofe, pero poco a poco se empezaron a oír las sirenas que seguirían sin parar durante todo ese día.

Cargamos las cámaras (dos Nikon: una para blanco y negro y una para color), muchos rollos y pilas, y por idea mía decidimos tomar un par de bicis que estaban en la casa. Pensé que llegar al norte de la ciudad en auto no era lo más conveniente, seguramente los accesos estarían cerrados. Estaba en lo correcto.

Salimos cerca de las 9 de la mañana desde Coyoacán, nos dirigimos hacia el Hospital General. En la radio se comentaba que ahí había graves problemas. Al llegar permanecimos ahí, fotografiando la gente siendo atendidos en los jardines. Después nos dirigimos hacia la Avenida Chapultepec, donde encontramos una escuela completamente colapsada, pero aún sin niños.

Así comenzó la jornada en la que fuimos recorriendo el centro de la ciudad, siempre tomando fotos. Había desorden, caos por todos lados, la gente caminaba asustada, observando, cubriéndose la boca por el polvo y el asombro.

Pasamos por la Colonia Roma, cerca de la plaza Luis Cabrera donde vimos un edificio completamente caído de lado, y otro entero pero hundido algunos metros.

Nuestra siguiente parada fue el lugar donde se incendió el Hotel Regis en la Avenida Juárez.

Seguimos avanzando hasta llegar a Nonoalco, fue donde encontramos el edificio Nuevo León completamente tirado. Mas tarde, al lugar llegó Plácido Domingo, que tenía familiares en el edificio,  y ahí se dio su entrevista con Jacobo Zabludovski.

Escuche que un par de hombres, que eran hermanos, vivían en uno de los pisos del edificio. Al tratar de salir, uno se dirigió al techo y el otro bajó para salir; al final del sismo se encontraron en tierra firme, al lado del edificio, pues éste se colapsó. Me hace pensar que, en estas situaciones, no hay reglas para la sobrevivencia. No hay forma de saber quien vive y quien muere.

Yo había ya vivido tres catástrofes en mi vida, antes de llegar a México. A mis 7 años empezó la Segunda Guerra Mundial, en Holanda; los alemanes destruyeron e inundaron grandes partes del país a manera de defensa. Años después, en 1953, ahora si, la naturaleza inundó gran parte de la zona meridional de mi país natal, durante la noche la fuerza del mar y la tempestad destruyó diques, viviendas ygranjas; hubo 2,000 muertos. Yo era un muchacho joven de 20 años y llegué a la zona de la inundación, estuve tres días para ayudar, cargando panes para llevarlos a la gente que necesitaba comer.

El sismo fue mi cuarta experiencia con el desastre. Éste y la inundación en el 53, fueron experiencias muy personales y fuertes, visuales, sensoriales y emotivas.

Las cosas cambian de dimensión en cuestión de segundos…

Para mí, una de las cosas más impresionantes, en un sentido físico, fue la forma en que las cosas (las viviendas, los objetos) se colapsaron. Vivimos entre muebles, aparatos electrónicos, y objetos personales, que llenan un espacio, y en cuestión de minutos… no, de segundos, se reducen a un espacio menor que medio metro.

Días después volvía retratar a las personas que buscaban sus cosas entre los escombros. Los veía parados contemplando lo que restaba, todo reducido. No es tan sencillo el entender lo peligroso de entrar a un edificio fuertemente dañado, como sucedió en los Multifamiliares Juárez, aún en pie, la gente quería regresar para recuperar sus cosas, pero no se lo permitían pues entrar era gran un riesgo. Unas semanas después fotografié la dinamitación de los multifamiliares, que estuvo a cargo de una empresa experta de Canadá. Sucedió, una vez más, en cuestión de segundos. Todo generó una enorme nube de polvo, la obra de artistas como Xavier Guerrero y Carlos Mérida quedó ahí sepultada.

La otra cosa sumamente impresionante fue la ayuda. Desatinadamente, algunas de las primeras declaraciones del Presidente hacia el mundo fue “no necesitamos de su ayuda, podemos solos”… probablemente no lo habían informado bien. No toda la ciudad fue afectada, pero toda la ciudad se paró.

En cuestión de instantes la gente comenzó a ayudar, a organizarse, líderes natos, espontáneos empezaron a dirigir las acciones; y los que más ayudaban eran los jóvenes. En ese entonces se tenía una idea negativa de que los estudiantes, la juventud en general, no aportaba mucho, no cooperaba, “no servían”. Se vivió todo lo contrario. Fue realmente impresionante. Precisamente en el Hotel Regis fotografié a un grupo de boy scouts, niños de 12 o 15 años, vestidos con sus uniformes ayudando.

Tinoco y yo pasábamos entre la gente que inmediatamente empezó a coordinar, a auxiliar, y sin entrometernos, seguíamos tomando fotos. Pensé que esa era mi manera de ayudar. El ejército, los bomberos, todos, literalmente comenzaron a ayudar inmediatamente.

El evento de los sismos marca una diferencia generacional, entre aquellos que éramos adultos y aquellos que no nacían o que aún eran pequeños.

 

Una pequeña tragedia dentro de una gran tragedia

Terminamos la jornada a eso de las 7 de la noche, estábamos agotados y por suerte encontramos un VIPS abierto. Volvimos al sur de la ciudad, a Coyoacán, en donde se encuentra mi estudio, Tinoco comenzó a revelar los rollos en el laboratorio. Hicimos las hojas de contacto, la selección de las mejores tomas, y a primera hora, aún en la madrugada, me dirigí al aeropuerto de la ciudad con un objetivo: hacer llegar las tomas de lo sucedido a mi agencia en Nueva York, Black Star.

La ciudad seguía aun detenida, la oficina de la compañía con la que usualmente hacía los envíos del material se encontraba cerrada. En el aeropuerto había gente registrándose para un vuelo a Nueva York, por medio de Eastern Airlines, observé a las personas y me acerqué a un hombre de traje que se veía bastante decente. Le expliqué que necesitaba hacer llegar ese material y le pedí su ayuda para llevarlo y entregarlo, le extendí $25 dólares con los cuales cubriría el gasto de su transporte a la agencia. Aceptó y agradecí la ayuda.

Los rollos nunca fueron entregados. Yo he perdido muchas fotos en mi vida, y recordarlo todavía duele, pues casi siempre han sido las mejores fotos. Sin embargo, como en los sismos, las personas superan, es necesario dejar ir algunas cosas para seguir adelante.

 

El rescate de la memoria

A treinta años, vuelvo a mirar las demás fotografías que tomé en aquellos días, fotos que se habían quedado en la lista de espera dentro de mi archivo. Ver una imagen revive un recuerdo y llena huecos en la historia que cuento en mi mente y a los amigos, sobre aquél día que salimos en bicicleta a fotografiar lo sucedido.